Ra zi ts’unt’u dägandä
A partir de que en la sierra norte de Puebla cohabitan distintos grupos
indígenas, entre ellos los otomíes, compartimos la nota del antropólogo Carlos
Heiras sobre la publicación de la obra "El Principito" en lengua
indígena hñahñü -aunque la publicación se refiere a la variante del otomi del
valle del mezquital-.
Comentario del antropólogo Carlos Guadalupe Heiras Rodríguez al comentario
de Mardonio Carballo:
En mi opinión: desafortunado comentario el de Mardonio Carballo en “Las
plumas de la serpiente”, emitido en la Primera
emisión de mvs Radio, el pasado viernes 19 de octubre;
doblemente desafortunado para mí puesto que, en otras ocasiones, he coincidido
cabalmente con las opiniones que Carballo ha ofrecido en éste y en otros
espacios como el televisivo De raíz luna, en el canal 22
del conaculta.
Demasiada publicidad, difusión excesiva, en opinión de Carballo, para
la publicación de El principito traducido al otomí del Valle del
Mezquital. El comunicador nahuatlato se cuestiona primero si la publicación de
esa obra escrita originalmente en francés, permitirá a los niños otomíes
valorar más su lengua. La respuesta sugerida, implícita, es que no: la
publicación no redundará en la valoración positiva de la lengua nativa de los
niños otomíes. Aunque debemos estar de acuerdo con Carballo de inmediato,
debemos disentir al siguiente momento. El principito volcado al otomí
no hará que alguien —hablante o no de otomí— valore más esa lengua
amerindia, pero Carballo renuncia a reconocer que tampoco la publicación de un
mito mesoamericano en su versión otomí ni el más otomí de los cuentos
tradicionales otomíes tendrán ese efecto valorizador. El valor que los
hablantes de una lengua otorgan a esa lengua no puede depender de una
publicación. Ese valor otorgado no viene dado de inmediato, ni siquiera por
acontecimientos tan relevantes como la reciente legislación que convirtió a los
idiomas indígenas mexicanos en lenguas nacionales, y que obligó al Estado
nacional, por un lado a crear las instituciones que difundan estas lenguas y
sostengan su vitalidad, y por otro lado a garantizar el derecho de los
indígenas a la jurisdicción del Estado en la lengua indígena nacional de que
sean hablantes. Pero si primero pudiéramos coincidir con Carballo en que los
niños otomíes no valorarán más su lengua por una publicación, como tampoco,
agregamos nosotros, por la promulgación de una ley, debemos de inmediato
disentir. La valoración positiva de las lenguas indígenas, necesaria en el
México discriminador y racista en que vivimos, será resultado de la suma de los
hechos pequeños como las publicaciones en lenguas indoamericanas, los medianos
como la creación de una Universidad Intercultural en una región indígena otomí,
y los grandes como el reconocimiento Constitucional de los derechos de los
pueblos originarios del país. Y entre esos hechos, desde los pequeños hasta los
grandes, los más relevantes serán las actitudes de los propios hablantes de otomí
(y de las otras lenguas nacionales) y de los no hablantes de otomí que con
ellos se relacionen. El señor Carballo se equivoca: se antoja que con la
publicación de El principitootomí, en suma con otros muchos factores, los
niños hablantes de ese idioma contarán con los elementos necesarios para
contrarrestar la imagen negativa que les ofrece la discriminación y el racismo
que les ofrecemos muchos mestizos.
Carballo se cuestiona en segundo lugar si el prestigio de un idioma
amerindio puede darse a través de una obra escrita hace casi setenta años en
una lengua indoeuropea. Cuestionamiento tramposo que debemos responder
negativamente, junto con el nahuatlato de la Huasteca, pero por motivos
distintos a los suyos. Ninguna lengua mexicana, como ninguna otra lengua del
mundo, puede prestigiarse gracias a una obra literaria. Todas y cada una de las
lenguas, mexicanas o no, poseen un valor intrínseco derivado del hecho de que
ofrecen la cristalización de una forma de existencia histórica y culturalmente
situada, que sintetiza, decantados, los conocimientos de una sociedad sobre el
mundo en el que vive y las relaciones dables con los seres que en éste existen;
los conocimientos sin los cuales no podría vivir en ese mundo y que son
imprescindibles para hacer uso de sus recursos. Así que es cierto: la lengua
otomí no se prestigia por la publicación de una obra literaria. El problema con
la falsa pregunta de Carballo es que sugiere una respuesta xenófoba: el otomí,
es cierto, no puede prestigiarse a través de una obra escrita originalmente en
francés, pero, y esto lo omite el comunicador, tampoco se prestigia a través de
la más nativa de las obras literarias, pues, insistimos, el valor de una lengua
le es inherente. Incluso si es cierto que la escritura y las lecturas de El
Quijote redundan en el prestigio acrecentado del idioma español, la valía
del español no dependió nunca de la existencia de Cervantes.
En tercer lugar, Carballo pregunta si, para los niños indígenas, son los
géneros poético-musicales nativos o los poético-literarios extranjeros los
adecuados para que se sientan felices y orgullosos de su cultura. Me extraña
que pregunte por la felicidad y el orgullo que puede sentirse por la cultura
propia, y me molesta esa insistencia en preguntar por los niños: me da la
impresión de que, en su forma de preguntar, Carballo evidencia un chovinismo
identitario fundido con una sensiblería que encuentra en la imagen de los niños
felices su punto más flaco. Callaré otras impresiones personales y me abstendré
de opinar sobre los sones tzotziles, para limitarme a comentar sobre los de
Xochipitsaua (“Flor pequeña o delgada”), sones característicos de las
tradiciones musicales de los nahuas de la costa norte del Golfo y el centro de
México, y de otros pueblos indígenas de esas regiones, entre ellos los otomíes
de la Huasteca (M.E. Jurado, Xochipitzahua, flor menudita, inah,
2005). Este género musical acompaña diversos ritos agrarios y del ciclo de
vida: petición de lluvia, agradecimiento del fruto tierno del maíz, celebración
del solsticio de invierno; bodas y fallecimientos, difícilmente podemos
conceder que en tan disímbolas ocasiones los niños se sientan felices en todas.
Debiera relativizar mi definición occidental (mestiza mexicana) de felicidad
antes de suponer que puedo exportarla a un contexto cultural distinto, pero
obviando la brecha que existe entre esos dos universos culturales y concediendo
que una boda o un rito agrícola, musicalizado con sones de Xochipitsaua,
pudieran ser ocasiones felices para un niño nahua u otomí de la Huasteca,
¿podemos suponer que un rito fúnebre es una ocasión feliz para un niño?
Seguramente no, menos aún si el difunto le era cercano. ¿Podría ser ocasión
para sentirse orgulloso de su cultura? No lo creo. Al menos no mientras tiene
lugar el fenómeno cultural que acompaña la finalización del ciclo de vida de un
ser humano. ¿Tal vez después? Probablemente, pero ello sólo con la condición de
compararlo con una tradición cultural ajena. Lo que intento decir es que si tal
orgullo por lo propio tiene lugar, la condición para que ello ocurra es,
necesariamente, que haya un referente ajeno con el que pueda confrontarse.
Nadie puede sentirse orgulloso de su identidad cultural, si no es en la medida
en que reconoce alteridades culturales (y esto último como condición necesaria,
no como condición suficiente). Si ese imaginario niño otomí puede sentir
orgullo por la tradición musical ritual de la que él es heredero, será sólo en
la medida en que la compare con otros géneros musicales, propios y ajenos (a lo
que probablemente se agregará que sea objeto del bombardeo mediático con que el
Estado y otros actores sociales pretenden hacerlo sentirse orgulloso de su
identidad). Si ese niño puede sentir orgullo por la tradición oral constituida
por la poesía que acompaña esa música ritual, ello ocurrirá bajo la condición
necesaria de poder contrastarla con otros géneros literarios, propios y ajenos,
tan ajenos como, por ejemplo, El principito que, traducido al otomí,
se ofrece al campo de comparaciones de lo propio. Si lo que Carballo quiere es
que el niño otomí se sienta orgulloso de su otomidad, una buena forma de
hacerlo parecería ser: no encerrarlo en sus tradiciones locales otomíes, sino
ofrecerle un objeto de contraste, ajeno, que, vuelto cercano, motivara la comparación
que derivara en una valoración positiva de la pertenencia a la milenaria
tradición cultural otomí. Y aquí valdría agregar que milenario no es sinónimo
de autárquico. Si la tradición otomí existe es porque, en el curso de los
milenios, se distinguió de las tradiciones culturales mazahuas o matlatzincas,
algunos de sus parientes lingüísticos cercanos, tanto como se distinguió, por
ejemplo, de las zapotecos, lejanos parientes lingüísticos. A la vez, la
tradición otomí debe su existencia a la milenaria relación que lo mantuvo
distinto de tepehuas en el oriente, de nahuas en el centro o de purépechas en
el occidente del territorio que hoy es nuestro país.
No olvidemos que si los otomíes tienen una tradición cultural que hoy
reconocemos como tal, ello es debido a que, en el curso de la invasión y
colonización europea primero; el colonialismo interno impuesto por el Estado
mexicano después; y las influencias globales más recientes, los otomíes han
sabido sostener y transformar lo propio que decidieron mantener, tanto como
adoptar y reformular lo ajeno que abrazar, lo que fue el caso de una religión
católica sincretizada desde la perspectiva otomí, primero; una relación con la
tierra mediada, por las instituciones agrarias derivadas de la Revolución pero
refuncionalizadas en atención a los usos y costumbres comunitarios, después; y
ahora, una inserción en el sistema mundial que puede tocar desde los usos
novedosos de una tradición milenaria como la manufactura de papel de corteza
entre los otomíes de San Pablito (Pahuatlán, Puebla), hasta la futura
participación en la literatura universal de la que, indudablemente, será
condición para los escritores otomíes conocer lo que otros han escrito, a lo
que El principito otomí sin duda abonará. Como afirma el señor Carballo,
los pueblos indígenas están, en efecto, vivos. Aunque seguramente existen casos
en los que la transmisión de la cultura indígena se da a pesar del ritmo
impuesto por la tecnología que los conecta con el mundo, sin duda existen
también casos —y acaso éstos sean los que muestran mayor vitalidad— en los
que, al contrario de la opinión del comunicador chicontepecano, la
socialización en el marco de la tradición cultural otomí se da, no a pesar,
sino, precisamente, en la medida en que se conjuga con los tiempos del mercado
global y la tecnología que conecta un rincón otomí con el planeta entero.
Tiene razón el poeta y comunicador titular del espacio radiofónico “Las
plumas de la serpiente”: en México prevalece ése llamado multiculturalismo
vertical, definido por la unidireccionalidad en la transmisión de
conocimientos, por la que la sociedad mestiza pretende transformar a los indios
para que dejen de serlo, es decir, para que abandonen todo lo que no conviene
al Capital y renuncien a todo lo que hiere la sensibilidad de las buenas
conciencias cristianas, con la única concesión de conservar lo que da colorido
a la multiculturalidad turística con que México vende al mundo el Día de
Muertos en Janitzio o las pirámides de Chichén Itzá aderezadas de mayas de bronce.
Convenimos con Mardonio Carballo cuando afirma que los individuos mestizos, o
las instituciones generalmente controladas por ellos mismos, buscamos o buscan
imponer nuestras condiciones sobre los indios y si algo toma el camino
contrario parece hacerlo a pesar de los mestizos. Aquí el comunicador se
pregunta si no habría sido preferible publicar libros en lenguas indígenas para
que los mestizos aprendiéramos a valorar las otras culturas de México, para
que, a su vez, los hablantes de esas lenguas no fueran objeto de la
discriminación que les hace olvidarlas en favor de la lengua nacional
mayoritaria. Estamos convencidos de la importancia de publicar textos bilingües
en lenguas indígenas y español, la importancia de cuyas secciones indias
estaría cifrada en la lectura que pudieran hacer los hablantes de esas lenguas
nativas de América con la consiguiente valoración y feliz orgullo de sus
portadores, y de cuyas secciones hispanas, como afirma Carballo, podríamos los
mestizos (como también otros indios) aprender algunas lecciones contra la
discriminación, y en favor del conocimiento y el reconocimiento de otras
realidades culturales y la divulgación de otras tradiciones
literarias —tanto orales como escritas—, tan valiosas como
cualesquiera. Resulta asombroso que un conocedor de la realidad indígena del
país como Mardonio Carballo, quien con certeza está al tanto de la larga
tradición editorial de la literatura —oral y escrita— indígena en
general y otomí en particular, rechace la novedad celebrable de un libro
escrito originalmente en francés y traducido al otomí, probablemente con
intermediación de la traducción al español. La lista de publicaciones bilingües
es larga, pero no podemos dejar pasar la oportunidad de mencionar siquiera
algunas de las más notables, en aras de hacer notar este último punto.
Acaso la fuente histórica más importante en lengua otomí sea, entre las
publicadas, la edición de Yolanda Lastra y Doris Bartholomew a la paleografía y
traducción que hizo Lawrence Ecker del Códice de Huichapan, escrito en el
siglo xvii con caracteres latinos y con escritura pictográfica de
tradición mesoamericana, y cuyo tema más relevante quizás sea el calendario de
tradición prehispánica en su versión otomí (unam, 2001). Más amables como
textos bilingües de divulgación: Crónica otomí del Estado de
México (cedipiem/ imc, 1998);Relatos otomíes = Nfini hñähñu, procedentes
de Hidalgo y el Estado de México, publicado en la colección Lenguas de México
(dgcp, 1995); Yá ’bede ar hñäñho nsantumuriya = Cuentos en el otomí de
Amealco, Querétaro (uaq, 2002), estos tres títulos dedicados a las mitologías
mayor (los mitos de la creación del mundo, del tiempo cuando los animales
hablaban) y menor (los mitos del tiempo en que viven los humanos actuales), a
lo que se suma sin fin de pasajes y secciones enteras de textos escritos en el
marco de las disciplinas lingüísticas y antropológicas en esa área que, por su
vitalidad, es llamada con pleno derecho la de los estudios sobre las lenguas y
culturas otopames. Excepcional como testimonio narrativo por incluir lo mismo
mitología que reflexiones personales de la autora sobre la cotidianeidad, el
deterioro ecológico o la acumulación egoísta de la riqueza, el libro escrito en
otomí por Adela Calva Reyes, y traducido por ella misma al español, constituye
un caso ejemplar de literatura contemporánea: Ra hua ra hiä. Da memia nu
xi heti, nu xi pefi ne xi ot’e, nu xi ode ne xi siki = Alas a la
palabra. Lo que grabé de aquello que vi, hice, escuché, realicé y me
dijeron (Centro de Documentación y Asesoría Hñähñu/pacmyc-dgcp-conaculta/
Gobierno del Estado de Hidalgo, 2008). Tampoco faltan la dramaturgia ni la
poesía contemporánea entre los textos publicados en lenguas otomí y española,
siendo La isla de los perros = Ra xeka hai tsatyo thutsi, de Leonardo
Contreras Cortés, ejemplo de lo primero (dgcpi-conaculta, 2003); La
palabra sagrada = Ro mähki hñä, de Serafín Thaayrohyadi, ejemplo de lo segundo
(dgcp, 1998). Como muestras de poesía tradicional (cantos de cuna, canciones de
amor, canciones femeninas dedicadas a la borrachera) existen varios trabajos
especializados, escritos por los lingüistas-antropólogos Jacques Soustelle y
Roberto Weitlaner. Tampoco falta la edición bilingüe en otomí (del Valle del
Mezquital) e inglés, lo que es el caso del libro escrito en coautoría por el
profesor hidalguense Jesús Salinas Pedraza y el antropólogo norteamericano H.
Russell Bernard: Rc Hnychnyu = The Otomí (University of New Mexico
Press, 1978), edición dedicada particularmente a la descripción de la fauna y la
narración de su mitología asociada, posteriormente extendida al campo de la
flora y volcada al español con el título Etnografía del otomí y con
la sola firma del primer autor (ini/ sep, 1984). ¿Qué publicaciones de “libros
de creadores en lenguas indígenas” dados “a conocer masivamente” son los que
extraña Carballo? ¿Es que no conoce el trabajo de más de tres décadas, durante
las cuales las instituciones culturales del país han acompañado a los creadores
otomíes, a veces por intermediación de antropólogos y lingüistas?
Por supuesto, una lista completa de las publicaciones en lengua otomí
excedería el espacio de que aquí disponemos y el propósito que nos llama, pero
la muestra anterior —que pedimos al lector considere
representativa— parece suficiente para hacer notar que si la literatura
otomí (cantos, cuentos, leyendas, relatos, narraciones o mitos) está
suficientemente manifestada, otros géneros como la dramaturgia y la poesía
contemporáneas tienen igualmente un lugar, así como las fuentes históricas que
también han encontrado un espacio relevante en la producción editorial en las
diversas variantes idiomáticas otomíes. Hasta ahora, en cambio, prácticamente
no había hallado espacio alguno la literatura de origen foráneo al otomí. Acaso
la única excepción era la muy notable traducción que, de una serie de
relaciones indígenas de la conquista de México, hicieron hace 50 años, del
náhuatl al español, el investigador emérito de la unam, doctor Miguel
León-Portilla, y su maestro Ángel María Garibay K., y que después, del segundo
idioma a la variante del Mezquital del idioma otomí, realizó el también
profesor de la unam, maestro Raymundo Isidro Alavez. El resultado: Ra
nthandi to’o bi b’edi. Ya njondahmä ya mudimehai dige’a ra ts’okat’ot’amfeni =
Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista(uaeh/ unam, 2009),
la primera traducción a otra lengua indígena nacional mexicana del celebérrimo
libro que había sido ya traducido a una docena de idiomas extranjeros. Hoy, en
2012, el mismo traductor, oriundo del semidesierto central hidalguense, nos
ofrece la primera traducción al otomí de un clásico de la literatura
universal: El principito de Antoine de Saint-Exupéry, traducido
como Ra zi ts’unt’u dägandä, literalmente, y en sustitución de conceptos
equivalentes, “El muchachito gran jefe”.
¿Es, como dice Mardonio Carballo, “mucho ruido y pocas nueces” el provocado
por la presentación de El principito en lengua otomí, el primer
volumen que lleva hacia el otomí una reflexión nacida en la lengua y cultura de
otro continente? ¿Resulta “mucho bombo y platillo” celebrar el engrosamiento de
la literatura otomí por vía de la adopción de un texto ajeno a su cultura (de
afuera hacia adentro), cuando prácticamente toda la literatura otomí se había
mantenido dentro de sí o sólo había tomado el camino de adentro hacia afuera?
Si Carballo deplora el multiculturalismo vertical y unidireccional de la
aculturación y la apenas abandonada castellanización forzada, yo deploro aquí
el multiculturalismo unidireccional y también vertical, invertido, con que
Carballo pretende sustituirlo. Si algo debe sustituir esa verticalidad, esto
deberá ser, necesariamente, un camino de dos vías. Si los otomíes han ofrecido
insistentemente su palabra a los pocos hispanoparlantes que han querido oírlos,
el profesor Raymundo Isidro Alavez muestra que es así sólo en la medida en que
ellos, los otomíes, antes nos han escuchado pacientemente a nosotros y, en este
caso, a los franceses, por cierto no sólo fundadores de la lingüística y la
antropología dedicadas a este grupo (Jacques Soustelle y Jacques Galinier),
sino, ahora, también, primer referente de una literatura que, para hacerse
simétrica, no sólo deberá aspirar a darse a conocer, sino también, e incluso
antes, aspirar a conocer a los que, como El principito, se ofrecen a sí
mismos previamente, quienes, como el maestro Raymundo Isidro Alavez, escuchan a
los otros. Si los mestizos hemos de ponernos a cantar sones de Bolonchón,
siguiendo la invitación del comunicador Mardonio Carballo, ello sólo podremos
hacerlo cuando alguien traduzca la lengua, el canto y la música tzotzil a
nuestro idioma, tal como en su caso lo hizo Raymundo Isidro Alavez para el
idioma otomí.
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